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Migrantes y refugiados, entre los más afectados por el Covid-19

Vivir en campamentos temporales sin agua ni jabón y quedar en las calles tras el cierre de fronteras son algunos de los agravantes que enfrentan durante la pandemia las miles de personas que huyeron de sus países y que hoy viven en condiciones en las que el virus puede propagarse rápidamente. 

Estos migrantes salen de un centro temporal en Tegucigalpa, Honduras, tras ser deportados de México cuando intentaban llegar a Estados Unidos durante la pandemia de Covid-19.
Estos migrantes salen de un centro temporal en Tegucigalpa, Honduras, tras ser deportados de México cuando intentaban llegar a Estados Unidos durante la pandemia de Covid-19. © Jorge Cabrera / Reuters
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El llamado para combatir el Covid-19 es casi el mismo en todo el mundo: quedarse en casa y estar a más de dos metros de otras personas cuando se deba salir. Pero estas medidas parecen imposibles de practicar en campamentos de refugiados como el de Kutupalong, en Cox’s Bazar, Bangladesh, donde viven miles de refugiados por cada kilómetro cuadrado y duermen más de cinco migrantes en tiendas de campaña que no superan los tres metros de largo. 

El lavado de manos constante como lo recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) es difícil en lugares como Lesbos, en Grecia, donde hay un solo grifo de agua por cada 1.300 refugiados.

Y si llegara un brote generalizado dentro de algún campamento en el mundo, “es probable que los desplazados internos y los refugiados opten por escapar de nuevo en busca de un lugar seguro, lo que podría desencadenar una reacción violenta de las poblaciones y las autoridades locales y derivar potencialmente en violencia”, como advierte la OIM.

Pero esas no son las únicas dificultades que atraviesan los migrantes y los refugiados. A las precarias condiciones sanitarias se suman las restricciones de movilidad que están enfrentando muchos de los 25,9 millones de refugiados que hay en el mundo según la OIM. Esto se vive particularmente en América Latina, pues los países a los que aspiraban llegar no los quieren recibir durante la pandemia y no pueden volver a sus naciones de origen porque el coronavirus también hizo que sus gobiernos cerraran las fronteras.

Estos son algunos de los casos más críticos del mundo en donde los migrantes y los refugiados quedaron contra la pared a causa del Covid-19.

  • Migrantes por Centroamérica: deportados del norte y sin boleto de entrada

Durante la pandemia, Estados Unidos y México endurecieron las medidas para frenar el ingreso de migrantes. El Gobierno de Donald Trump, por ejemplo, suspendió hasta finales de mayo las visas de residencia permanente que le daban a los migrantes legales, ha expulsado a cerca de 10.000 inmigrantes y los que están retenidos en los centros de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. (ICE, por sus siglas en inglés) están en especial riesgo de contagiarse con el virus.

El ICE confirmó a finales de abril que ya había 297 migrantes contagiados con Covid-19, de las 425 pruebas que les han hecho a los detenidos, según dijo un vocero a Reuters. Es por eso que los defensores de los migrantes denuncian que esas reclusiones los están exponiendo a contagiarse del virus.

La situación no es mejor en México pues el 21 de marzo este país tomó la decisión de expulsar a los migrantes que había en los 65 centros oficiales de acogida. El resultado es que de las 3.759 personas que estaban allí en marzo, solo quedaban 106 al 26 de abril, según el Instituto Nacional de Migración de México. El resto fueron devueltos a Guatemala, Honduras y El Salvador. El problema es que todos estos países cerraron sus fronteras desde mediados de marzo y muchos migrantes quedaron en la calle. 

Estas personas permanecen en campamentos improvisados, en situación de calle, en comunidades o centros de acogida, en los que no siempre se han implementado los protocolos sanitarios para protegerlas”, advirtió en un comunicado la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. 

La situación se agrava con la estigmatización que enfrentan quienes logran ingresar a sus países. En Honduras, por ejemplo, cerraron un Centro de Atención al Migrante Retornado porque la población local protestó por miedo a contagiarse, según dijo la oficina de la ONU. Y en El Salvador las restricciones de entrada son tan fuertes que incluso el presidente Nayib Bukele se enfrentó a la Asamblea Legislativa al oponerse a la repatriación de quienes se quedaron por fuera.

  • Venezolanos en Colombia: atrapados en la frontera

El aislamiento obligatorio en Colombia, que lleva más de un mes, no ha sido nada fácil para muchos, especialmente para quienes dependían de su trabajo diario en las calles. Esto obligó a miles de venezolanos a retornar al país del que habían huido. Las cifras varían entre los 14.000 de los que habla Migración Colombia -sin precisar cuántos salieron en medio de la pandemia-, y los más de 21.000 que según el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela llegaron de países como Colombia y Perú. 

Además de complicar su sostenimiento en Colombia, las restricciones por el virus también ralentizaron la llegada de los venezolanos a su país de origen. El Gobierno colombiano de Iván Duque limitó los viajes por carretera, por lo que inicialmente muchos intentaron llegar a la frontera a pie. 

Aunque Migración Colombia sostiene que ya coordina el transporte con las autoridades locales, también dice que este debe regularse para evitar los contagios. En la práctica, eso se traduce en que los venezolanos que quieren llegar a la frontera deben hablarlo con las alcaldías pues si no lo hacen o si contratan buses, el Gobierno los multaría y los podría deportar, según el organismo.

Una vez llegan a la frontera, tienen que esperar para poder ingresar a Venezuela. Colombia cerró las fronteras con ese país desde el 14 de marzo y a eso se suma que habría un límite de cuántos pueden cruzar diariamente. Migración Colombia sostiene que el Gobierno de Nicolás Maduro solo deja entrar a 300 migrantes al día; mientras que en Venezuela dicen que están ingresando diariamente 600 personas, como lo aseguró el líder político chavista Freddy Bernal y quien hace parte del equipo que coordina la entrada por el estado de Táchira. 

Pero entre más pasa el tiempo, más agónica se vuelve la espera. “Tenemos niños y no tenemos comida para darles, no hay agua, ni recursos ni dónde quedarse. Estamos viviendo en las calles”, le contó a Reuters Jesús Bolívar, un médico venezolano de 34 años que ha vivido en Colombia durante más de un año y ahora intenta regresar a su país natal.

  • La minoría musulmana de los rohingya: de la violencia en Myanmar a la pandemia

Desde hace casi tres años los rohingya están huyendo de Myanmar, luego de la más reciente ola de represión militar en su contra por ser una minoría musulmana en un país budista.

Muchos llegan a Malasia pero durante la pandemia, los habitantes los acusan de estar contagiados al punto de que las autoridades policiales hicieron un operativo en Kuala Lumpur el 1 de mayo y capturaron a 586 rohingyas. Aunque luego, el ministro de Seguridad de Malasia, Ismail Sabri Yaakob, indicó que todos los detenidos dieron negativo por Covid-19. 

Además de capturarlos en tierra, Malasia prohibió el ingreso de varios barcos con refugiados. En consecuencia, un barco con cerca de 400 jóvenes quedó en altamar durante dos meses, sin agua, comida ni combustible, y padeciendo el maltrato de los contrabandistas que los transportaban. El 16 de abril, Bangladesh les permitió desembarcar pero para entonces ya habían muerto en la embarcación entre 30 y 100 personas, según la Agencia de Refugiados de la ONU (Acnur) y Médicos Sin Fronteras (MSF), respectivamente.

Este bote con personas de la etnia rohingya a bordo fue detenido en Langkawi, Malasia, el 5 de abril de 2020 durante las restricciones por el Covid-19.
Este bote con personas de la etnia rohingya a bordo fue detenido en Langkawi, Malasia, el 5 de abril de 2020 durante las restricciones por el Covid-19. © Agencia de Control Marítimo de Malasia / Vía Reuters

Este no es el único navío de refugiados. El 2 de mayo desembarcó otra con 43 personas a bordo y Chris Lewa, director del Proyecto de Arakan, que monitorea los movimientos marítimos de los rohingya, estima es que por los menos dos barcos siguen en altamar.

Si logran llegar a Bangladesh, la situación tampoco será prometedora. En ese país está el centro de refugiados con la mayor densidad poblacional del mundo y, aunque todavía no hay casos confirmados, si la pandemia lo alcanza sería una bomba de tiempo porque en promedio viven cerca de 40.000 personas por kilómetro cuadrado, según los cálculos de Acnur. 

Además, solo hay cinco hospitales de oenegés que tienen la capacidad de albergar a 350 pacientes, según Acnur. Y aunque la ONU está construyendo nuevas instalaciones con 1.900 camas, sigue siendo insuficiente frente a los más de 860.000 refugiados rohingya que hay en el distrito Cox’s Bazar, que es el que más personas alberga. Por último, está la dificultad de conseguir alimentos durante el confinamiento. “Los rohingya compramos nuestra comida cada día, no tenemos capacidad para almacenar comida para el futuro”, le dijo a la ONU Saidul Hoque, un rohingya que nació en Cox’s Bazar. 

  • Los centros de refugio en Grecia: lugares “perfectos” para el brote

Más de 42.000 refugiados y migrantes están en cinco grandes campamentos en Grecia pidiendo asilo a diferentes países de la Unión Europea. Mientras se soluciona su situación, viven en condiciones en las que la pandemia podría expandirse rápidamente. 

En el campamento de Moria, en la isla griega de Lesbos, hay 22.000 refugiados que no tienen jabón, que duermen de a seis personas en tiendas de campaña de tres metros cuadrados y que comparten un solo grifo de agua por cada 1.300 personas, como lo aseguran los brigadistas de MSF.

En la isla Samos la situación no es muy distinta. Aunque en el campamento Vathy hay menos de la mitad de refugiados que en Moria, hay solo dos médicos para atender a los 8.000 migrantes. Y las reglas de distanciamiento social que sugiere la Organización Mundial de la Salud son difíciles de cumplir, especialmente cuando cientos de personas tienen que hacer la misma fila para recibir la comida dentro del centro de refugio. 

“La restricción de movimiento para estas personas no significa estar seguro en una casa cómoda. Significa estar atrapado en una pesadilla infernal. Los campos como estos son el lugar perfecto para que las enfermedades como el coronavirus se expandan”, dice Natasha Stoughton de Médicos Sin Fronteras y quien está en Samos. Es por esto que la organización le pide a la Unión Europea que traslade a estas personas a lugares seguros, o al menos a los más vulnerables, como adultos mayores. 

Con EFE y Reuters

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